Confesiones de una Mamá Inmigrante Inadaptada

No todo lo que brilla es oro y a pesar de que ser mamá en Estados Unidos parece como de película, no cambiaría por nada del mundo mi infancia en México. Como mamá inmigrante, hay muchas cosas que no entiendo ni entenderé y otras cosas que me hacen añorar que mis hijos tengan una infancia en la tierra que me vio nacer y crecer, donde parece que el tiempo se detiene; en donde la vida es más sencilla e imperfecta y donde sabría cómo ser una mamá.

La infancia en Estados Unidos sigue un curso fuera de lo natural, bombardeada de tecnología y mercantilismo.

Soy una madre inmigrante inadaptada. Aún no le agarro la onda a los "playdates". Eso de hablarle a la mamá del amiguito para que "cheque" su agenda para ver cuándo tiene tiempo para que su hijo y mi hijo jueguen no se me da. Mi hijo quiere jugar en ese preciso momento y lo más probable es que tengan que pasar dos días antes de que la otra mamá pueda hacer tiempo para traer a su hijo. ¿Cómo le explico esto a mi hijo? Mi horario no es complicado y mis días son flexibles, ya que mi vida gira alrededor de mis hijos. No entiendo cómo tengo que hacer una cita para que mis hijos jueguen; ni que el niño fuera doctor. Aquí no viene el vecinito a ver si fulanito puede salir a jugar. Los niños no juegan en las calles y aunque sé que yo saldría a verlos jugar y nos les quitaría un ojo de encima, las calles están muertas, los jardines vacíos y los niños encerrados.

La infancia en Estados Unidos sigue un curso fuera de lo natural, bombardeada de tecnología y mercantilismo. Los niños a temprana edad hablan de videojuegos, algo que está prohibido en casa y por esta misma razón prefiero ser una mamá inadaptada antes de ceder. Casi me da el patatús el día que el mayorcito regresó del kínder preguntándome qué era "Call of Duty" porque uno de sus amiguitos quería jugar a pretender que eran soldados del juego durante el recreo. Las niñas juegan a las princesas, otra idea que tampoco me convence.

Pienso que mi infancia fue mejor que la de ellos y me siento triste y culpable de no poder regresar a mi tierra para que ellos puedan crecer como yo. Dentro de mi me reafirmo que estamos mejor aquí, más seguros, aunque todo sea más aburrido, perfecto y sin chiste.

Los parques aquí son perfectos. Los niños juegan y pueden pasar horas ahí, en las áreas designadas, en las resbaladillas o en los columpios. Es difícil que ellos quieran explorar más allá. Los niños corren, ríen y se deslizan y muy dentro de mí preferiría que jugaran con el lodo, en los charcos, trepando árboles, atrapando insectos o bajo la lluvia.

Salir a caminar también es perfecto, casa tras casa, jardín tras jardín. Una que otra persona caminando, a veces saludan, a veces no. Salir a la calle en México es la mejor distracción, tanto para niños como para adultos, elotes, paletas, helados, palomitas, chacharas, globos. Se encuentra de todo para todos los gustos y edades. Pienso que mi infancia fue mejor que la de ellos y me siento triste y culpable de no poder regresar a mi tierra para que ellos puedan crecer como yo. Dentro de mi me reafirmo que estamos mejor aquí, más seguros, aunque todo sea más aburrido, perfecto y sin chiste. Además, mi esposo creció aquí y yo fuí la que se quiso venir, ¿qué no?

Salimos, pasamos la mayor parte del tiempo afuera porque en unos meses, tendremos que hibernar, seis meses de frío que penetra hasta los huesos, salir de la casa por más de 30 minutos consecutivos para "jugar" no es una opción durante el invierno. La televisión reina durante los meses de frío. Los niños y yo pasamos día tras día, 12 horas juntos porque cada vez las demandas del trabajo de mi esposo crecen. El trabajo no lo deja salir de la oficina y después de trabajar diez horas, el trabajo lo persigue en casa. Lo único que deseo es que se detenga el tiempo, que se vayan al demonio las pantallas, los compromisos y la perfección y que podamos disfrutar la infancia de los niños muy pero muy lejos de aquí, donde el dinero no lo es todo y donde hay tiempo para todo.